Mh: Minas, contraminas y escuchas
Esta Microhistoria trata de guerras, excavaciones, pólvora, ruido, oscuridad y silencio, mucho silencio. Por una vez vamos a alterar el guión habitual y empezaremos dando la noticia final. Hemos identificado un nuevo elemento en la fortificación abaluartada de Badajoz. No es que lo hayamos desenterrado nosotros, sino que estaba ahí, entero y casi intacto, pero a lo largo de los siglos se había perdido la memoria de lo que era, de su función original. Entre Juan Altieri, Álvaro Meléndez y yo hemos conseguido identificar finalmente su objeto. Gracias, como siempre, a los documentos antiguos y los mapas, aunque esta vez no de Badajoz. Y nos encontramos con que no había registrado ningún elemento similar en la muralla de Badajoz. Un elemento que además exigía el mayor silencio dentro del ruido ensordecedor. Pero vayamos por partes y empecemos por el principio…
En el asedio a una plaza fuerte había distintas formas de terminarlo. Ojo, hablamos de un tiempo anterior a que la artillería evolucionara tanto que pudiera disparar desde kilómetros de distancia, pongamos entre finales del siglo XV y la primera mitad del XIX. Lo habitual era machacar insistentemente la muralla hasta formar una brecha practicable por donde pudieran entrar los asaltantes. Algo de eso ya vimos en la Microhistoria anterior sobre la Galería de fusileros olvidada. Pero había una forma aún más expeditiva de terminar un asedio: mediante una mina.
A grandes rasgos se trataba de excavar una galería subterránea o mina desde las trincheras de asedio para alcanzar la base de la muralla sin que los defensores se dieran cuenta. Una vez allí, se formaba una pequeña cámara u hornillo donde se depositaba una gran cantidad de pólvora. Al explotar se llevaba por delante la muralla (y a todos los que estuvieran sobre ella), dejando el paso libre para los asaltantes. Esta técnica se remonta a la Edad Media y había sido utilizada en multitud de ocasiones. Una de las que más repercusión tuvo en toda Europa fue el asedio de Fernando el Católico al Castell dell’Ovo en Nápoles en 1503. Evitar las minas fue también una de las razones de engrosar los muros en la fortificación de tipo abaluartada y, sobre todo, de ahondar los fosos, pues con ello se obstaculizaba la excavación de las minas.
¿Y qué podían hacer los defensores? Pues dos cosas: prevenir o curar. La forma de prevenir las minas era construyendo anticipadamente contraminas. Es decir, se excavaban galerías subterráneas partiendo desde la fortificación y se preparaban hornillos rellenos de pólvora y otros explosivos que explotaban al paso del enemigo por la superficie. Un ejemplo: Badajoz 1811 y 1812. Cuando los franceses toman la ciudad en 1811, lo primero que hacen es abrir estas contraminas entre los baluartes de Santiago y San Vicente, como se ve en la imagen de un plano francés de la época. Fue un elemento disuasorio para las tropas británicas, que no se atrevieron a atacar por esta zona por miedo a las contraminas.
Pero también había contraminas más “estables”, que formaban parte de la fortificación. En Badajoz debía haber varias, e incluso subsiste la posible entrada, hoy tapiada, a una de ellas, en el foso del revellín de la Trinidad o de San Roque.
Un lugar con muchas contraminas es por ejemplo Cádiz, como se ve en el detalle de este plano conservado en el Archivo General Militar de Madrid. Incluso hay un grupo de intrépidos que se dedica a explorarlas y cuelgan vídeos y fotos en su propia web: Cuevas de María Mocos.
Estas contraminas constaban normalmente de una galería principal desde la que partían varios ramales que desembocaban en un hornillo, preparado para ser volado en cuanto fuera necesario.
Pero hemos dicho antes que había otra forma de defenderse de las minas. En este caso se trataba de excavar contraminas “contra las minas”, es decir, localizar una mina que estuviera haciendo el enemigo y hacer una contramina que se dirigiera a ella e intentar volarla antes de que el túnel llegara a la muralla principal. Esta era una labor muy complicada, pues había que saber, primero, que el enemigo estaba haciendo efectivamente una mina, después localizarla, a continuación excavar con celeridad una contramina que saliera a su encuentro y por último hacerlo de tal forma que se pudiera preparar un hornillo e intentar volar la mina. Era una carrera contra el reloj por ver quién alcanzaba antes su objetivo, si la mina volando la muralla o la contramina volando la mina. Tenía que ser divertidísimo, sobre todo para los minadores y los contraminadores, vamos.
Bien, pues de todos esos pasos señalados para este tipo de contramina, el más complicado era el primero, saber que el enemigo estaba haciendo una mina. Hay que tener en cuenta que las minas se iniciaban muy lejos de la muralla, en las trincheras enemigas, y por lo tanto podían pasar completamente desapercibidas. Durante el día, con el ruido de los cañones, los morteros, la zapa en las trincheras, los disparos de los fusileros, los gritos de los heridos, el estruendo de las balas de cañón estampándose contra las murallas… no habría forma de saber que se estaba excavando, pero por la noche, cuando los cañones cesaban de disparar y el ruido se reducía considerablemente, era otra cosa. Aun así, se necesitaba algún mecanismo para descubrir las minas, para sentirlas, para oírlas… ¡Un pozo de escucha!
Un pozo de escucha funcionaba como una caja de resonancia que amplificaba los golpes de los picos y las palas de los minadores, revelando así la existencia de una mina. Existían desde antiguo, incluso los llamados pozos húmedos, en los que una lámina de agua que reverberaba en pequeñas ondas indicaba también que el enemigo estaba minando. Un pozo húmedo es por ejemplo el del castillo de Coca.
Un pozo de escucha “seco” era una especie de depósito situado a veces en el ángulo flanqueado de un baluarte, donde se juntan las dos caras, es decir, en la punta del baluarte. Su estructura estrecha, redonda y alta permitía que funcionara como una auténtica caja de resonancia. De esta manera, los lejanos y casi inaudibles golpes de los minadores se escuchaban, aunque muy débilmente, en el pozo. Así sabían los defensores que había una mina excavándose y podían comenzar con su contramina.
Hemos documentado pozos de escucha de este tipo en fortificaciones abaluartadas españolas del siglo XVIII, como por ejemplo en el Real Fuerte de la Concepción, en la provincia de Salamanca (ver en Google Maps). Si miramos los planos que el ingeniero Pedro Moreau levantó del fuerte en 1737, hay uno en concreto que nos interesa mucho. Es el siguiente, conservado en el Archivo General de Simancas:
Los detalles del plano permiten ver, por un lado, la planta del ángulo flanqueado del baluarte, donde se aprecia una cámara circular, identificada como pozo de escucha “Pozo practicado en el macizo del estribo del ángulo flanqueado […] y puede servir de escucha, y también si se ofreciere, para buscar el minador.” En el segundo detalle tenemos el perfil de esta misma zona, y se aprecia el pozo de escucha en forma de cámara circular con una escalera adosada a la pared que desciende al fondo del pozo. En la actualidad los pozos de este fuerte presentan este aspecto:
¿Y en Badajoz? Pues sí, ya hemos llegado a la conclusión. En Badajoz también tenemos al menos un pozo de escucha, aunque no se había identificado como tal, habíamos perdido el recuerdo de lo que era. Y ahora por fin lo recuperamos para nuestra memoria. Se sitúa igualmente en un ángulo flanqueado, en el del baluarte de la Trinidad. Aquí (google maps):
Casi exactamente igual al del Fuerte de la Concepción que hemos visto en el plano de Moreau, que también trabajó en Badajoz, por cierto. Como aparece en el dibujo y se ve en la galería de fotos que hay al final de este artículo, consta de un pasadizo que parte desde el parapeto y desciende hasta la entrada de la cámara que sirve de pozo de escucha. Unas escalones adosados a la pared permitían (ahora están muchos derruidos) bajar hasta la parte inferior. Y allí, en el silencio de la noche, los soldados destinados a ese cometido –seguro que los que mejor oído tenían– se pasarían horas escuchando, intentando adivinar si el enemigo estaba excavando su mina. Hoy día presenta dos pequeñas aberturas hacia el exterior de las caras, en forma de aspilleras, que no debían estar en su construcción original, y eso es una de las cosas que nos había despistado hasta ahora. Su edificación dentro del baluarte la datamos de forma provisional en la década de 1770.
Así que ya sabéis, tenemos -ya teníamos- un pozo de escucha en la fortificación de Badajoz. Hay al menos otros dos espacios también en este baluarte que, aunque su misión principal era la de servir de pequeños almacenes o repuestos de pólvora, podrían haber actuado como pozos de escucha en caso de necesidad. Pero este es el único cuya misión es, simple y llanamente, ser un pozo de escucha.
Por supuesto, ahora que lo conocemos, saludadlo cada vez que paséis por allí, que ya sabemos su “nombre y apellidos” y le hará ilusión…
Muy interesante y muy buen trabajo gracias Álvaro
Buenas tardes, me llamo Oscar y desde hace más de 20 años estudio estos temas de ingeniería militar defensiva. Estaría interesado en visitar Badajoz. Por cierto soy de Cádiz y estudio el tema de minas y contraminas.
Buenas noches, estaría interesado en acordar un encuentro con el fin de conocernos. Soy gaditano afincado en Mérida temporalmente. Realicé varios estudios y proyectos para poner en valor un tramo de las contraminas asistentes en Cádiz (mí ciudad natal). Un cordial saludo