Mh: «Mi muy cara y amada mujer.» Ana de Austria en Badajoz
La mañana del 21 de mayo de 1580 hizo su entrada en Badajoz la Familia Real encabezada por Felipe II. Poco podía imaginar la joven Ana de Austria, reina consorte de España, Nápoles, Sicilia y Cerdeña, duquesa de Milán, duquesa titular de Borgoña y soberana de los Países Bajos, que aquella ciudad sería el lugar de su muerte apenas cuatro meses después.
Ana llegaba a Badajoz tan solo algunas semanas después de dar a luz a la infanta María, la última de los cinco hijos que tuvo con Felipe II. De esos cinco, los tres que aún estaban vivos acompañaban a los reyes en aquella jornada: además de María, sus hermanos mayores Diego, de cinco años, por entonces príncipe de Asturias, y Felipe, el futuro rey Felipe III, de tan solo dos años.
El motivo de la llegada a Badajoz tenía que ver con la intención de Felipe II de reclamar el trono de Portugal, vacante tras la muerte sin descendencia de Don Sebastián. Además de sus indiscutibles derechos dinásticos, Felipe preparó una campaña militar con la ayuda del todopoderoso duque de Alba, concentrando un gran ejército en las proximidades de Badajoz, listo para la invasión de Portugal.
Todo parecía ir viento en popa para Felipe, tanto a nivel político como familiar. Tan solo unas pequeñas fiebres que pasó el rey a comienzos de octubre enturbiaron algo el panorama. Sin embargo, cuando esas fiebres fueron contraídas por la reina todo se torció, puesto que la reina enfermó gravemente.
Ana era la más querida de las cuatro esposas que había tenido el rey. Según las diversas fuentes, ambos cónyuges eran de carácter y gustos muy similares. Tal vez a causa de la cercanía familiar. Y es que Felipe era el tío materno de Ana. De hecho, Ana había nacido en España, pese a ser la hija mayor del emperador Maximiliano II (que a su vez era primo hermano de Felipe, un lío, vaya). En un primer momento, Ana estaba destinada a casarse con su primo hermano Carlos, el príncipe heredero de Felipe II. Pero la repentina muerte de este a los 13 años truncó el matrimonio. Sin embargo, la posterior muerte de la reina Isabel de Valois, la tercera esposa de Felipe, abrió la posibilidad de un nuevo matrimonio. Este era el triste sino de muchas de las princesas de aquella época, servir en muchos casos de simple mercancía para establecer o fortalecer alianzas entre las distintas coronas.
El caso es que la amada esposa de Felipe II, enferma grave, recibió los últimos sacramentos la noche del 25 al 26 de octubre de 1580. Y tan solo unas pocas horas después, justo a las cinco de la mañana, fallecía en esta ciudad.
Otra cosa no, pero Felipe II, “el puto amo” en feliz expresión de mi admirada Mar Rey Bueno, sabía perfectamente qué hacer en cada momento, incluso en aquellos tan difíciles para él. Y por tanto ordenó inmediatamente escribir las órdenes necesarias para que el cuerpo de su esposa fuera trasladado al Monasterio de San Jerónimo, en El Escorial (sería la primera de las reinas de España enterradas en el Panteón Real de aquel monasterio fundado por su marido).
Tradicionalmente, en Badajoz siempre se ha creído que el cuerpo de la reina reposó varios años en el Monasterio de Santa Ana, cercano al lugar donde se alojaban en Badajoz, antes de producirse aquel traslado. Sin embargo, esto no fue así, ya que el cadáver de Ana estuvo apenas un día y medio en dicho monasterio, mientras preparaban su cuerpo para soportar el largo viaje a Madrid. Se le retiraron las entrañas y se encontró un feto en su interior, pues estaba de nuevo embarazada. Todos sus órganos se conservaron y enterraron en el propio monasterio de Santa Ana.
Gracias a los documentos conservados en la Sección del ducado de Osuna del Archivo Histórico de la Nobleza de España, aportados por Laura Reyes (@LAURASolete123) en un interesante hilo de Twitter, podemos acceder a algunas de las cartas escritas por orden del rey en aquel funesto día, en las que establecía los preparativos para trasladar el cadáver, encomendándole dicha misión principalmente al duque de Osuna. Presentamos la transcripción del primero de ellos (las negritas son nuestras):
“El Rey. Duque primo, Nuestro Señor ha sido servido de llevarse para sí a la Serenísima Reina Doña Ana, mi muy cara y muy amada mujer hoy a las cinco de la mañana, de que yo quedo con el dolor y sentimiento que podéis pensar de tan gran pérdida, y porque su cuerpo se ha de depositar en el monasterio de San Lorenzo, y es justo que vaya en su acompañamiento un Grande destos Reinos, teniendo yo muy entendido de vuestra voluntad que aceptaréis este trabajo respondiendo a la que yo os tengo, me ha parecido encomendároslo y rogaros mucho como lo hago, que luego como recibáis esta vengáis aquí para ello, porque el cuerpo habrá de salir desta ciudad mañana en todo el día, y porque acá entenderéis lo demás que hemos manado prevenir y ordenar para que todo lo que a esto toca se haga como conviene, no se dice aquí. En Badajoz, xxvi de octubre 1580 años. Yo el Rey.”
Los otros dos documentos corresponden a otra carta dirigida al duque de Osuna y al obispo de Badajoz (AHNOB/1//OSUNA, C.8, D.51) y unas instrucciones sobre la composición y comportamiento de la comitiva que trasladaría el cuerpo: “La orden que se podrá tener en la Jornada que desta ciudad de Badajoz se hace al Monasterio de San Lorenzo el Real, adonde se lleva el cuerpo de la Reyna Doña Ana, nuestra señora, que sea en gloria” (AHNOB/1//OSUNA,C.8,D.52).
En definitiva, que el cadáver de Ana reposó en el Monasterio de Santa Ana tan solo un día y medio, mientras se preparaba el cuerpo antes de partir la comitiva hacia Madrid. Las entrañas de la reina se guardaron y enterraron en dicho lugar, que por ese motivo recibió, años más tarde, el título de Real Monasterio de Santa Ana, el único de la ciudad con tal patronazgo. Años después, su hijo pequeño, Felipe III, ya convertido en rey de España y de Portugal, pasaría por nuestra ciudad camino de Lisboa. Seguro que su estancia aquí no le trajo ningún buen recuerdo.
Así que, ya sabéis, al pasar por el Monasterio de Santa Ana, saludad siquiera con una leve inclinación de cabeza en recuerdo de aquella reina tan amada por su esposo y que el destino quiso que muriera en nuestra ciudad casi cuatro meses justos después de llegar a ella. Y si vais a El Escorial no le digáis que sois de Badajoz, que os puede echar una maldición, que los Austrias eran muy suyos…