Mh: Los 6 de abril
Hoy va de fechas. Hay fechas especiales, que parecen perseguirte allá donde vayas, que están unidas a tus investigaciones, cualesquiera que sean, fechas que se te aparecen una y otra vez, siempre unidas a un lugar y con circunstancias similares. Puede ser un 20-N o un 12-O, por poner algunas que sonarán más. Pero en mi caso, relacionado con Badajoz, es el 6-A, el día 6 de abril. Hoy trataremos de tres 6 de abril, cada uno de un siglo distinto, coincidiendo con tres guerras. El primero, el más cercano, el archi-requete-super-megaconocido 6 de abril de 1812.
Ese día, o mejor, esa noche, las tropas británicas y portuguesas bajo el mando de Arthur Wellesley, más conocido por aquí como Lord Wellington, iniciaron el asalto a la fortificación de Badajoz defendida por las tropas napoleónicas (franceses, alemanes, españoles…), en la Guerra de la Independencia. Después de casi un mes de duro asedio, con la artillería machacando las murallas hasta lograr una brecha practicable para intentar el asalto, había llegado el día señalado. Oleadas de soldados fueron enviadas a las brechas, al castillo y la baluarte de San Vicente a una muerte casi segura. Los defensores imperiales iban a vender muy cara su derrota.
Cientos de soldados, si no miles, murieron en las pocas horas que duró el asalto en un espacio muy reducido, en una carnicería tan brutal incluso para los cánones bélicos de la época que provocó que el propio Wellington, el general que vencería a Napoleón en Waterloo tres años después y que llegaría a primer ministro de Inglaterra, llorara casi como un niño ante tamaña catástrofe. Pocos días después, Wellington abandonó Badajoz para no volver nunca más por estas tierras. Un desastre sin paliativos…
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Unos cien años antes de que Wellington llorara al ver a sus soldados caer ante los muros de la fortificación de Badajoz, un ingeniero militar francés llegó a Badajoz justo el 6 de abril de 1704. Su nombre era Louis-Joseph de Plaibault de Villars-Lugein, y su misión reconocer la plaza durante la Guerra de Sucesión Española. Y al ver el estado de la fortificación casi hizo lo mismo que Wellington: llorar. Y a partir de ahí redactó uno de los informes más demoledores sobre la fortaleza de Badajoz, algo que tradicionalmente hacían los ingenieros al llegar a esta bendita ciudad. Pero en el caso de Villars-Lugein, casi con saña. Por poner solamente un pequeño fragmento de su informe, Villars indica que la fortificación
“tiene baluartes que no tienen más que la forma, situados sin medidas y sin reglas, sin defensas hacia la campaña, sin diferencias de espesores, de alturas ni ningún contrafuerte, sin considerar las desigualdades del terreno ni las vistas desde el campo, sin terraplenes algunos (…) por fuerza que estos baluartes vacíos y sin defensa ponen la Plaza en un estado más chapucero que antes de ejecutar su fortificación. Un camino cubierto sin defensa, ni forma conveniente, visto y sometido por todas partes, sin altura suficiente, ni empalizadas ni traveses (…) un foso que no debería llevar ese nombre”.
Un auténtico desastre, vaya. Viendo el estado de la fortificación comenzó a diseñar un proyecto de reforma, el más importante y realista de cuantos se han realizado en la historia de la ciudad (en clara competencia con el proyecto de Diego de Bordick de 1735, aunque el de Bordick era cualquier cosa menos realista).
Villars-Lugein permaneció en la ciudad hasta finales de 1705, estando presente en la defensa de Badajoz de octubre de 1705, cuando dibujó el, en mi opinión, más bello plano de Badajoz realizado por un ingeniero militar (¿a que se nota un poco mi simpatía por este francés?). Después de poco más de un año aquí, abandonó la ciudad para posteriormente pasar por Zaragoza, donde diseñó un proyecto para la Aljafería, dirigir el fallido asedio borbónico a Barcelona de 1706 y morir en el sitio de Turín de 1706 mientras dirigía las obras de las baterías de un disparo de cañón, como deben morir los buenos ingenieros…
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Y ahora retrocederemos de nuevo, en esta ocasión 36 años, para encontrarnos el 6 de abril de 1668. Hace menos de un mes que ha terminado la guerra contra Portugal, que como suele ser habitual en aquellas décadas, hemos perdido. El Tratado de Lisboa ha puesto fin el 25 de marzo pasado, hace escasos 10 días, a una sangría que ha durado 28 largos años. Pensadlo bien, 28 años de guerra con Badajoz en primera línea. Un desastre.
Con la paz, las tropas van siendo trasladadas a nuevos destinos para seguir defendiendo los intereses y la reputación de la Monarquía Hispánica. La reputación, la palabra clave de toda esta época. Pero todavía no han marchado todos los militares. Aún quedan aquí muchos soldados italianos, irlandeses, alemanes, flamencos y, por supuesto, españoles. De entre todos los que aún permanecen, un ingeniero militar italiano, Ambrosio Borsano, y su mujer Juana Rivera escuchan emocionados este 6 de abril de 1668 el lloriqueo de su hijo primogénito, Carlos José Borsano. Nacido unos días antes, cae sobre su cabeza el agua bautismal, siendo su padrino otro viejo conocido, el también ingeniero militar italiano Juan Bautista Rugero. Estamos en la parroquia del Sagrario, entonces con sede en la Catedral, y el hecho queda recogido en el correspondiente Libro de Bautismos parroquial, hoy conservado en el Archivo Diocesano de Badajoz.
Carlos José Borsano, al igual que Wellington y Villars-Lugein, también abandonó pronto Badajoz, con menos de un año de vida, y tampoco él volvería más en su vida por aquí. Ambrosio Borsano y su familia partieron a finales de este mismo 1668 primero a Gibraltar, para ser destinado poco después a Cataluña, donde con el paso de los años Ambrosio alcanzaría el puesto de Ingeniero Mayor y Cuartel Maestre General del Real Ejército de Cataluña.
Como veis, tres personajes de tres nacionalidades en tres siglos distintos, a los que une el haber llorado y abandonado esta ciudad enseguida y, sobre todo, la hermosa fecha del 6 de abril. Recordadlos cada año en este día…
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Pocos días después de llorar casi como un niño ante tamaña catástrofe, Wellington abandonó Badajoz para no volver nunca más por estas tierras. Un desastre sin paliativos…
«…estos baluartes vacíos y sin defensa ponen la Plaza en un estado más chapucero que antes de ejecutar su fortificación.»
Carlos José Borsano, al igual que Wellington y Villars-Lugein, también abandonó pronto Badajoz, con menos de un año de vida, y tampoco él volvería más en su vida por aquí.