Microhistoria: El tren de Mollinghen

Microhistoria: El tren de Mollinghen

Esta es una microhistoria algo (mucho) más larga que las anteriores, pero creo que es un tema que puede resultar, cuando menos, curioso y extraño para la mentalidad actual. Y está centrado en Badajoz, así que “cumple con los requisitos”.

Vamos a hablar de trenes. Pero no en el sentido que hoy tiene la palabra, según la primera definición de la Real Academia Española: “Medio de transporte que circula sobre raíles, compuesto por uno o más vagones arrastrados por una locomotora.” Mucho antes de ese significado, la palabra tren designaba el conjunto de máquinas, instrumentos, aparejos y útiles empleados para realizar un servicio. Y el ejemplo más paradigmático es el tren de artillería usado por los ejércitos en sus campañas.

Podemos por tanto definir un tren de artillería del siglo XVII como el conjunto de armas, municiones, pertrechos, carros y suministros de todo tipo necesarios para desplazar la artillería acompañando a un ejército. Y vamos a ver que un tren de artillería exigía muchas, pero que muchas cosas a tener en cuenta.

Las piezas de artillería de la época (y de cualquier época, en realidad) eran muy pesadas. Necesitaban transportarse en carros tirados por mulas. Pero, además, debían transitar por caminos a propósito, ya que no servía cualquier vereda o senda. Algunos planos de la época incluso indican al señalizar vados de ríos si eran “practicables” para la artillería o no. En el plano de Bernabé de Gainza, de 1658-59, se muestran los vados existentes en el Guadiana, y se indica cuales eran a propósito para usarse por la artillería. 

Corographía y descripción del territorio de la Plaza de Badaxos y fronteras del Reyno de Portugal, por Bernabé de Gaynza Allafor, 1658-59 (Fuente: Archivo Militar de Estocolmo, SE/KRA/0406:22:004:001).

Detalle de la zona entre Olivenza y Juromenha, con los vados numerados

Detalle de la leyenda del plano de Gainza

Y junto con la artillería debía viajar también la munición prevista, la pólvora necesaria, los instrumentos indispensables para manejar las piezas y, por último, todo el personal necesario para montarlas y dispararlas. Y, además, el equipaje de todos ellos. Todo se desplazaba en carros tirados por mulas (mejor que burros o caballos, por su robustez y fuerza). Y, claro, al final salían unas caravanas casi interminables de carros. Al personal había que sumar por último los carreros y carpinteros (y sus herramientas) necesarios por si había que reparar algún carro que se rompiera. Carreros y carpinteros que a su vez necesitaban carros y mulas para trasportarse… Y todo esto solo para la artillería. ¡Y sin contar las provisiones de todos los hombres y las bestias!

Es difícil concebir el espectáculo que ocasionaba el desplazamiento de un ejército en campaña de la época. A los miles de soldados y sus mandos desplazándose a pie o a caballo, había que añadir los cientos de carros o bagajes con el material necesario para acampar cada día, las provisiones para todos ellos (al menos el pan, pero también el vino, la cecina o los garbanzos). Y encima el tren de artillería. Una o varias largas filas de kilómetros de longitud desplazándose lentamente por la campaña. Imaginad un ejército de ese tipo saliendo de Badajoz para ir a asediar Villa Viciosa, por ejemplo. Con una capacidad de desplazamiento de no más de 10 o 15 kilómetros al día.

Si todo este ejército puesto en campaña trababa combate con el enemigo, había que dejar a un lado toda esta enorme caravana de carros. Se estacionaban a la espera del desenlace de la batalla. Hay un grabado muy ilustrativo de este momento. Lo realizó el holandés Dirk Stoop y muestra la batalla de Estremoz o Ameixial, de 1663, en la que el ejército portugués destrozó al español comandado por Juan José de Austria. Lo novedoso es que el grabador centró su atención en la retaguardia española, donde se amontonaban los carros y las bestias de carga.

Detalle del grabado de Stoop sobre la Batalla de Ameixial, con los bagajes en primer plano

Centrándonos en el tren de artillería, contamos con la suerte de que, a finales de 1643, el Barón de Mollinghen, general de la artillería del Ejército de Extremadura, elevó al rey Felipe IV un memorial. Allí, Mollinghen, de origen flamenco, planteaba su idea de que, en vez de fortificar las poblaciones de la frontera con Portugal, tomando un papel defensivo frente al enemigo, era mejor, más barato, más eficiente y mucho más rápido crear un ejército de 10.000 infantes y 3.000 caballos y lanzarse en campaña desde Badajoz al interior de Portugal.

La primera postura, defensiva, era la propugnada por el Conde de Santisteban, el gobernador de las armas del ejército. Mollinghen, sin embargo, defendía que un ataque era la mejor manera de terminar cuanto antes con la rebelión portuguesa, que ya duraba 3 años (¡¡al final duraría 28!!). Para apoyar su postura, incluyó en su memorial una detallada relación de todo cuanto se necesitaría para formar ese ejército invasor. Todo ese material, que reproducimos al final, está conservado en el Archivo General de Simancas (AGS, GyM, Leg. 1465; Consejo de Guerra de 21 diciembre 1643) y constituye una documentación de primer orden para conocer el desarrollo de la guerra en aquellos primeros momentos. La relación sobre lo necesario para el tren de artillería, firmada en Badajoz el 1 de diciembre de 1643, ocupa 4 páginas del memorial, atendiendo a todos los detalles para el equipamiento. La relación se divide en varios apartados: Piezas de artillería, Montajas o afustes para las piezas, Municiones de guerra, Instrumentos de gastadores, Instrumentos de guerra, Mulas para tirar de la artillería, Gente que ha de llevar la artillería, Carros de bagaje y Carros necesarios para el tren. Vamos a ver los distintos apartados.

Lo primero, lo principal, son las piezas de artillería, propiamente dichas. En este caso, Mollinguen calculaba que iba a necesitar las siguientes piezas, de distintos tipos, ordenadas por su calibre de mayor a menor: 2 medios cañones, 4 cuartos de cañón, 4 falconetes , 1 mortero, 6 petardos y 4 mansfeltes.  Los medios cañones eran los adecuados para asedios a plazas y, a partir de ellos, las distintas piezas iban siendo más manejables, pero con menor potencia y alcance.

Medio cañón. San Telmo Museoa, San Sebastián

Para montar (que no transportar) y manejar todas estas piezas eran necesarios las montajas o afustes sobre los que se colocaban los distintos cañones, aunque los falconetes y los petardos no los necesitaban. Así pues, para los medios cañones se precisaban 2 afustes, más otro de respeto o de reserva (por si acaso…). Otros cuatro, más uno de reserva, para los cuartos de cañón; cuatro más, además de otro de respeto, para los mansfeltes y, por último, un afuste para el mortero. “Y en cada afuste ha de haber un limpiador, un atacador, un cargador, cuñas, levijo (?) y palancas”. Para los petardos, debían llevarse, además, tablones preparados y horquillas para su manejo, “y si fuese a petardear a puente donde haya puente levadizo, se ha de llevar carro puente y sus escalas y hachas de acero para cortar las cadenas, si no hay otra invención para ello”.

En cuanto a las municiones de guerra, Mollinghen aconseja tener 50 balas para cada medio cañón, 60 para cada cuarto de cañón, otras 60 para cada mansfelte, 70 para cada falconete, 100 bombas cargadas para el mortero y otras 100 granadas cargadas. Además, claro, de la pólvora necesaria para disparar toda esa munición, que se estima en unos 40 quintales (unos 1.800 kilogramos de pólvora, pues un quintal equivalía aproximadamente a unos 46 kg).

El tren debía transportar también la pólvora y las municiones para las armas de la infantería y la caballería. En pólvora se estimaba la necesidad de 268 quintales (¡casi 12,5 toneladas!), mientras que de balas de plomo para los mosquetes y arcabuces se necesitaban 270 quintales (otras 12,5 toneladas), y de mecha para las armas se debía transportar 536 quintales (24,5 toneladas). Por último, debían transportarse 15 quintales (690 kg) de balas para pistola. Por tanto, solo en pólvora y municiones, era preciso transportar un total de 1.129 quintales, la friolera de casi 52 toneladas de material.

Un nuevo capítulo es el de los instrumentos de gastadores, para hacer las obras necesarias para, por ejemplo, acondicionar el paso de un vado para todo el tren o franquear el paso por terrenos peor preparados. Mollinghen detallaba en su relación todos los instrumentos que creía necesarios para equipar a los gastadores. Así, indicaba que el tren debía portar 600 palas, 1.200 pico azadones, 60 picos de dos puntas, 300 zapas, 50 hachas de dos manos, 2.000 marrazos, 500 espuertas de esparto, 50 tablones “de tres dedos de grueso para puentes” y 30 maderillas para puentes.

En el apartado de instrumentos de guerra, se relacionaban los numerosos pertrechos necesarios para el manejo de las piezas artilleras. En concreto, se necesitaba un guindalcon lo que le toca”, 2 cuerdas a la mano, 60 estringas o tirantes, 2 arrobas (23 kg) de cordaje de todo tipo, 1 fragua “con lo que le toca y su vigornia”, 10 quintales de carbón (450 kg), otros 10 quintales de hierro. 2 quintales de clavazón de distintos tipos, 2.000 clavos de alfarjía y otros 2.000 de barrote y 6 tiendas de campaña, aunque “no hay tenderos para ellas”.

Solo para mover todas las piezas de artillería, era necesario un número elevado de bestias de tiro, de mulas. Ese es el siguiente apartado. Para los dos medios cañones se necesitaban 32 mulas, mientras que para los 4 cuartos de cañón eran precisas 12 mulas para cada uno de ellos. Para los mansfeltes se utilizaban 4 mulas por cada una de las 4 piezas, y otras 4 para cada uno de los 4 falconete. En total, 112 mulas, únicamente para las piezas. Pero además estaban los afustes de todas estas piezas, que precisaban de 38 mulas. A lo que había que sumar otras 24 mulas de reserva o de respeto y 25 mulas de carga o acémilas. Sumando todos esos apartados resulta un total de 199 mulas. Mollinghen hacía constar al margen que “hay en esta plaza diez carros, diez acémilas y veinte y cuatro mulas”, así que mucho material tampoco tenía.

Un tiro de mulas, algo más moderno…

En cuanto al personal ocupado en la conducción y manejo del tren de artillería, en la relación de Mollinghen se hace mención a la necesidad de contar con un general, un teniente general, cuatro gentiles hombres, cuatro conductores, un condestable, veinte artilleros, maestros de fuegos artificiales, dos petarderos, ocho minadores con su cabo, un cuartel maestre, un capitán con cincuenta gastadores, un asesor de la artillería, un alguacil, un escribano, un médico y cirujano, un boticario y botica, un capellán con su capilla, un veedor, un contador, un pagador y un mayordomo. Ello haría un total de 106 personas dedicadas exclusivamente a la conducción y gestión del tren.

Pero, claro, todas estas personas necesitaban, además, carros para transportar sus enseres o equipaje. Y según la relación, al general le corresponderían 5 carros de bagaje, que para eso era el general. El único que tenía más de un carro, además del general, era el teniente general con 2 (en aquella época, el teniente general no era un grado mayor que general, como en la actualidad, sino que era su ayudante). A partir de ahí, o disponían de un carro cada uno, como el maestro de fuegos, el petardero, el médico, el pagador, el mayordomo, el boticario o el capellán; o bien tenían que compartirlo, como los cuatro gentiles hombres o los ocho minadores, que disponían de un solo carro. También el asesor y el escribano, o el veedor y contador compartían un carro. En total, 18 carros completos… con sus mulas adicionales, claro.

Y aún nos faltan carros, porque eran necesarios otros 99 carros más para transportar la munición y todos los instrumentos de guerra y de gastadores. El apartado más importante era el transporte de la mecha y la pólvora, con 63 carros, las balas de plomo, con 20 carros, y los instrumentos de los gastadores, que ocupaban 13 carros. El resto se repartía entre los carromatos necesarios para las balas de las distintas piezas de artillería, las espuertas, las tablas para hacer puentes, el cordaje, el guindal, la fragua, el carbón, el hierro, las bombas y las granadas y, por último, las tiendas.

Así pues, resumiendo, el tren se componía de 21 piezas artilleras de distintos calibres, cada una con sus afustes y su munición. Unas 15 toneladas de pólvora, otras 13 toneladas de munición para infantería y 24 toneladas de mecha. Además, todos los instrumentos de gastadores y los de guerra, que incluían hasta una fragua completa con más de una tonelada de suministros. Todo ello transportado por más de 100 carromatos con unas 200 mulas en total. A lo que había que sumar otros 18 carros para transportar el bagaje del personal necesario, que ascendía a un total de 106 personas.

La verdad es desplazar de todo este tren de artillería debía ser una operación bastante compleja que requería de grandes conocimientos de organización e intendencia. Y esto solo en lo que concierne a la artillería. Porque además estaban la infantería, con unos 10.000 efectivos según Mollinghen, la caballería con otros 3.000 (hay que transportar su equipamiento, repuestos, dar de comer todos los días a 3.000 caballos…), el estado mayor con su bagaje, los suministros de alimentos para la tropa, los cocineros para el alto mando, los comerciantes que seguían a este ejército en campaña… En fin, debía ser todo un espectáculo ver moverse lentamente toda esta caravana por el terreno.

Espero que no se os haya hecho muy pesada esta microhistoria. Al menos, no tanto como a las mulas que tiraban de los carros de la pólvora y la mecha que debía transportar el tren de Mollinghen.

FUENTES:

  • Archivo General de Simancas (AGS, GyM, Leg. 1465; Consejo de Guerra de 21 diciembre 1643). Relación de lo que es necesario para campear tres meses con un cuerpo de Exército de diez mil infantes y tres mil caballos, diez pieças de artillería, municiones y pertrechos de guerra que para ello son precisas.

Este texto de Carlos Sánchez se publica bajo una licencia de Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional de Creative Commons.


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